Cuentos en 3 tiempos

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Palmeras en 3 tiempos

Primer tiempo

Escondida en la inmensidad de la campiña y alejada de toda entidad de población, quizás había producido muchos años atrás la idea en sus primeros propietarios de convertir aquel rico y fértil pedazo de finca, en un vergel agradable y ameno.

Y además de una preciosa casa, junto con una serie de edificaciones agrícolas y ganaderas anejas, y una inmensa alberca, el casi kilómetro del camino de entrada a la finca estaba flanqueado por dos hileras de palmeras, una a cada lado que sembradas a distancia exacta y precisa una de otra, le daban un ritmo visual y vegetal impresionante y peculiar.

No se sabe bien cuánto años llevaban plantadas aquellas dos largas y hermosas filas de palmeras, pero su grosor y su altura indicaban claramente que ya habían alcanzado su madurez. Y llevaban tanto tiempo formando parte del paisaje, de la personalidad de la finca que, pasada la primera impresión de su impacto visual, uno ya dejaba de reparar en ellas para admirar la feracidad de los cultivos y las geométricas líneas que las tan bien sembradas y cuidadas plantas producían en la primavera de cada año.

Sin embargo tal fertilidad, tal riqueza de la finca, había alcanzado un punto de inflexión: los propietarios habían llegado ya casi a la tercera edad sin que la providencia hubiera dotado al matrimonio de descendencia y se planteaban ahora retirarse del trabajo cotidiano y buscar una salida a tan rica propiedad, si bien su tamaño y consiguientemente su alto precio en el mercado, no facilitaba precisamente encontrar un comprador capaz de asumir tan onerosa transmisión.

 

Segundo tiempo

Acosada por la implacable sucesión de fechas, las instalaciones del magno acontecimiento ferial internacional cubrían etapas atendiendo a estrictos cronogramas. La inauguración sería al principio del verano y si los ritmos del cemento, de las estructuras, del amueblamiento y decoración eran fluidos y espectaculares, al llegar al tema de las plantas se tropezaba con el handicap de los seres vivos: su crecimiento y desarrollo estaba marcado por los plazos establecidos en la vida de cada especie.

Al gabinete de diseñadores, arquitectos e ingenieros les llovían las urgencias de todas partes pero especialmente en el tema floral las peticiones eran apremiantes y precisas. Mucha agua y mucha vegetación para combatir el previsible calor veraniego que acompañaría a la mayoría de los eventos en los meses siguientes, y una atención especial para llenar todo de plantas autóctonas que remarcaran el carácter sureño de la ubicación y su proyección abierta sobre todo a los países ribereños. Y los responsables hablaban de palmeras como si fueran objetos que se pudieran producir por docenas en un invernadero en un par de semanas. Además que una palmera crecida costaba un par de millones por unidad. Y el problema era encontrarlas en la cantidad demandada.

Así que cuando Gerardo, de profesión sus tratos e intermediaciones, sugirió la posibilidad de aportar 300 palmeras hechas y derechas, los ojos del ingeniero jefe director del proyecto, quedaron fijos en él, y mientras apuraba el café, en una de las cantinas de obra le espetó

-¿Vas de farol o es en serio?

Por toda respuesta Gerardo sacó una fotografía de la apalmerada entrada de la finca en la que grosso modo se contaban varios cientos de ejemplares de magnífica factura.

-¿Dónde está ese palmeral?

Gerardo carraspeó antes responder.

-Bueno, la finca es de mi propiedad, y quiero hacer unas reformas allí. Quizás las palmeras haya que quitarlas si encuentro un comprador para ellas.

Del café pasaron al coñac y, tres copas por barba después, se había fijado el precio de cada ejemplar en 2.100.000 pesetas, de las que los dos primeros millones serían para Gerardo, así como los gastos de extracción y transporte y el resto para los gastos de gestión del ingeniero.

 

Tercer tiempo
 

El trato de la venta de la finca fue trabajoso. Gerardo insistía una y otra vez en que la cosa agraria no iba bien y que el pago tenía que ser aplazado. Los dueños por su parte no se fiaban demasiado y trataban, aparte de lograr el mejor precio, asegurar el cobro.

Así que, tras varias sesiones maratonianas, se acordó valorar las venta en 600 millones, dividido en dos plazos: el primero de 300 millones, a la firma y el segundo, de otros 300, dos años después, con la cláusula penalizadora de que caso de no cumplir el pago en el plazo de un mes, la propiedad revertería a los dueños y se perdería el primer pago.

Como la cosa era un poco leonina, Gerardo resistió al principio estratégicamente, pero al final accedió resoplando y haciendo una teatral concesión procurando que el pago coincidiera con el final de las cosechas.

Gerardo se hizo cargo de la finca y puso al frente un avezado encargado de su pueblo que organizó todas las tareas agrícolas con eficacia y sabiduría. Pero en otoño, cuando los antiguos dueños decidieron empezar a disfrutar los beneficios de tan substanciosa venta y emprendieron un largo viaje por el mundo, llegaron a  la finca unos camiones equipados con grúa adosada y unos hombres de origen marroquí, que siguiendo instrucciones de Gerardo se afanaron en arrancar palmeras y tras prepararlas para el viaje con su cepellón bien arropado y las hojas atadas, las subían de tres en tres en los camiones.

Al cabo de dos meses  habían arrancado trescientas palmeras, dejando el camino tan expedito como desolado. Sólo quedaron testimonialmente unas cuantas de las más cercanas a la casa.

Como los camiones habían eludido pasar por el pueblo y la finca quedaba tan alejada, pocos conocían el aclarado realizado.

Precisamente en el verano se inauguró el magno acontecimiento ferial internacional donde las 300 palmeras cumplieron a la perfección su función visual y reguladora del ambiente en aquel gran despliegue tecnológico montado de cara a tantos países visitantes. Prácticamente todas agarraron bien y se integraron en tan espectacular diseño.

Gerardo sin embargo no acudió en otoño a la entrega y firma del segundo plazo. Pasó el mes de tregua acordado y efectivamente la finca volvió a sus antiguos dueños que de acuerdo con lo pactado y por incumplimiento de contrato, se quedaron también con los trescientos millones iniciales.

Sin embargo una parte importante de ellos se gastó en el pleito planteado ante al audiencia territorial de la capital para dilucidar a quien pertenecían las palmeras de la finca en el periodo comprendido entre los dos plazos.

Gerardo por su parte también dio su propia vuelta al mundo.

 

4.2010